octubre 22, 2007

Objetividad , exactitud y veracidad periodística

A propósito de la información, respecto del asfaltado de la ruta Cañete-Caicupil (o Cayucupil nombre dado durante las últimas décadas, en esa tendencia de Cañete a cambiar la toponimia de la comuna) en el periódico digital Lanalhue Noticias y respecto de términos de uso periodístico me he permitido recopilar algunos estudios sobre el tema y he seleccionado este, perteneciente a Niceto Blázquez, en su libro: Ética y Medios de Comunicación, páginas 208 a 212, publicado en 1994 en España y que nos permite profundizar sobre los conceptos de objetividad, exactitud y veracidad periodística.

“Todos los códigos deontológico del periodismo existentes admiten de una u otra forma la verdad objetiva como ideal supremo del buen informador. Y ello porque se trata de satisfacer un derecho humano fundamental de la persona humana y de la entera sociedad, cuyos intereses prevalecen sobre los particulares del informador.

Inseparables de la verdad son la objetividad, la exactitud y la veracidad (de acuerdo a nuestro criterio o formación). Por lo mismo se condena taxativamente toda forma de distorsión informativa, sobre todo la omisión, la exageración o énfasis indebido, así como la propaganda. Distorsión equivale a lo que comúnmente solemos llamar manipulación.

Conviene señalar que los presupuestos filosóficos de estos conceptos no son los mismos en los códigos de inspiración marxista y en los de inspiración liberal. Se parte de un concepto distinto de realidad, lo que afecta también al concepto de objetividad. Pero la concepción más o menos reduccionista de la realidad no afecta sustancialmente al ideal de verdad propugnado.

El prejuicio de corte kantiano y agnosticista respecto a la verdad, como si fuese éste un concepto vacío de contenido real fuera de la mente o de nuestras estructuras lógicas subjetivas, queda totalmente desmentido. Queda igualmente superado el concepto sofista de verdad de corte posmodemo. De no ser así no tendría sentido alguno la insistencia de decir la verdad siempre y con todo el rigor que sea humanamente posible.

La verdad de la que tratamos aquí es siempre una relación de adecuación entre nuestras facultades cognoscitivas y la realidad. Cuando esa relación es entre los sentidos y la realidad, resulta la verdad sensible. Cuando es entre la realidad y la inteligencia, el resultado es una verdad intelectual, la cual, a su vez, se dice objetiva por relación a la cosa en sí misma y subjetiva por relación al concepto mental que nosotros nos hemos formado de ella.

Cuando describimos o definimos las cosas por lo que son de suyo, decimos que hablamos con objetividad, o sea, de acuerdo con la realidad en sí del objeto o realidad en cuestión. Cuando hablamos de acuerdo con lo que nosotros sabemos solamente o el concepto mental que de la realidad nos hemos formado, entonces se dice que somos veraces. La objetividad se dice por relación a la realidad de la cosa en sí. La veracidad, por relación a lo que conocemos, que puede ser más o menos acertado o equivocado. A la verdad objetiva se opone falsedad, y a la subjetiva, la mendacidad o mentira.
Informar con objetividad significa hablar de las cosas tal como ellas son en sí en su propio contexto, sin manipular o distorsionar ninguna de sus circunstancias. Ser veraces, en cambio, equivale a decir primariamente lo que sabemos de las cosas adecuando lo que decimos a lo que sabemos, que puede no coincidir necesariamente con lo que las cosas son exactamente o en su objetividad pura.
De lo dicho se infiere que la verdad se refiere siempre a la realidad en cuanto conocida. Y como hay diversos órdenes de realidades, de ahí que la verdad sea un concepto analógico, que se dice de muchas realidades diferentes. La verdad se dice de las facultades cognoscitivas (verdad intelectual, verdad sensible), de las cosas, de las personas y de las palabras. De la verdad referida al entendimiento se ocupa la lógica, que analiza la adecuación de la facultad intelectiva a los conceptos que nos hacemos de las cosas ordenándolos de forma racionalmente adecuada desde el punto de vista estrictamente formal. La verdad objetiva de las cosas, anterior e independiente de nuestro conocimiento de ellas, se llama también verdad óntica, metafísica o trascendental. Es la realidad cruda de los seres y los acontecimientos. Aquello que las cosas son independientemente de lo que a nosotros nos parezcan. Las ovejas, por ejemplo, no dejaban de ser ovejas por más que en la imaginación perturbada de Don Quijote fueran guerreros. Es el orden del ser sin más, anterior a todo conocimiento. Es la realidad que nos es dada de antemano y de la que nuestra inteligencia depende. La verdad se dice de las cosas. En tal sentido decimos que son
verdaderas o falsas. Cuando así hablamos evocamos en nosotros el aspecto real y auténtico de las mismas por contraposición a lo ficticio. Son verdaderas porque poseen los elementos constitutivos de su esencia. Así se habla de oro verdadero o falso, de dinero falso o verdadero, y así sucesivamente. La verdad dícese también de las personas. Quien está dispuesto a decir siempre la verdad que sabe y en la medida en que la sabe es veraz. La veracidad es la virtud moral del que es veraz. La verdad se dice incluso de las palabras en tanto que éstas expresan el contenido real de las cosas que significan. En tal sentido decimos, por ejemplo, que tal o cual persona tiene «palabras de verdad» o se acepta lo que los demás nos dicen sin poner ninguna dificultad a su credibilidad. Son palabras que no admiten lugar a dudas sobre la verdad que expresan.

Pero la verdad se dice también de la información. Es la llamada verdad informativa. Se dice así en cuanto que es conocida por los sujetos receptores a través de los medios de comunicación. Dicho de otra forma más completa, es la verdad o reflejo de la realidad que el informador averigua para ser comunicada con la mayor fidelidad posible al pueblo sirviéndose de los mass media.
La verdad informativa puede resultar objetiva (en mayor o menor grado), más o menos veraz y falsa . Falso es lo opuesto a lo verdadero. Absolutamente hablando, las cosas en sí mismas no pueden ser falsas. El ser en sí y la verdad son términos convertibles. Su realidad es su verdad, y viceversa. La falsedad formalmente hablando tiene lugar en la operación intelectual del juicio, en el que se produce un desajuste o inadecuación entre el entendimiento y la realidad de las cosas. En los sentidos la falsedad tiene lugar sólo de forma accidental por su carácter de intermediarios entre los objetos y la facultad cognoscitiva humana. Ellos dan lugar a los defectos de percepción. La falsedad propiamente dicha es un desajuste entre el pensar, las convicciones y el obrar práctico. También en las palabras puede haber falsedad por inadecuación entre el término justificativo utilizado y la intención con que las usa el sujeto. En nuestro caso el informador o periodista. Según el testimonio de los códigos, la verdad es posible y el periodista debe adherirse a ella sin excusas.

Decir la verdad objetivamente como reflejo de la realidad pura y limpia de manipulaciones es el ideal supremo al que todo periodista honrado debe aspirar. Toda deformación deliberada de la verdad que la sociedad tiene derecho a conocer constituye de suyo una inmoralidad, como principio, esto no admite lugar a dudas. En la práctica sin embargo el periodista trabaja bajo tales condiciones personales y ambientales que frecuentemente sólo conoce la verdad a medias, y cuando la conoce en toda su amplitud y objetividad, no siempre le es permitido decirla. La Prensa tiene ganada su mala reputación en muchos casos por traicionar al ideal de la verdad. Pero independientemente del uso deliberadamente inmoral de los medios de información, cabe decir que, en términos realísticos, ni es necesario conocer toda la realidad para decir informativamente la verdad, ni para engañar al público se requiere que todo lo que se dice sea falso. La honestidad del periodista desde el punto de vista moral se salva aspirando siempre a conocer y decir la verdad con la mayor objetividad posible en el sentido explicado y contándola de hecho con veracidad y respeto a la dignidad humana. En otras palabras, dada la complejidad de la vida humana y las limitaciones a que está sometido todo informador, el periodista salva su honestidad moral por el mero hecho de ser veraz contando las cosas en la medida en que las conoce después de una suficiente inquisición y verificación, sin que necesariamente lo que dice sea la verdad objetiva absoluta. La verdad objetiva absoluta es el ideal. La veracidad es lo moralmente posible en muchos casos y, por tanto, lo que realmente pone a salvo su honestidad. Para compensar moralmente los defectos involuntarios de objetividad los códigos recomiendan el deber de corregir la información tan pronto se descubra el error involuntariamente cometido. El informador que informa verazmente puede estar equivocado, pero no puede moralmente acusársele de engañar al público si no ha habido negligencia culpable y está dispuesto a rectificar. Los códigos señalan el ideal al que el periodista debe aspirar mediante su adhesión incondicional a la verdad objetiva, pero la Ética tiene que explicar cómo se salva la honestidad del informador ante el público y ante la justicia cuando el logro del ideal resulta imposible en la práctica. Creo que el deber moral queda cumplido la mayor parte de las veces en el ámbito de la adecuación de la verdad subjetiva o veracidad sincera dispuesta a la rectificación. La negación de la veracidad es la mentira por la que damos a entender a los demás algo distinto de lo que pensamos. El buen informador aspira siempre a poder decir al público la verdad sobre hechos, acontecimientos o ideas con el mayor grado posible de objetividad. Es decir, adecuando la información a la realidad de la que trata de informar. La objetividad absoluta no siempre es posible en la práctica. Pero tiene que haber una objetividad o reflejo de la realidad mínima e indispensable para que el informador se considere éticamente con derecho a informar. Sin un mínimo de conocimiento objetivo de las cosas, el informador responsable lo mejor que puede hacer es callarse. Lo que no admite excusas jamás es la veracidad. Si un mínimo de objetividad es indispensable, la veracidad resulta de todo punto inexcusable. El informador que no es veraz, engaña, y a partir de ese momento pierde el derecho a informar. Equivocarse puede ser éticamente correcto. El engaño deliberado no lo es jamás.”

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